Las plantas que comemos hoy en día han sido domesticadas. Del mismo modo que en la naturaleza no hay chihuahuas, tampoco hay tomates grandes y jugosos, trigo harinero o maíz para palomitas. Nuestros antepasados modificaron esas especies para adaptarlas a sus necesidades y gustos. En el caso del tomate la domesticación la llevaron a cabo culturas agrícolas americanas hace miles de años. Por
desgracia, los restos arqueológicos relacionados con el tomate son muy escasos y muchas cuestiones, aunque han sido objeto de debate desde hace décadas, siguen sin aclararse. Por ejemplo, se baraja que la domesticación pudo llevarse a cabo en Mesoamérica, es decir, en la región que comprende México y Centroamérica, o en Perú y Ecuador, pero no ha habido evidencias capaces de aclarar la cuestión.